Por Guillermo Cifuentes
“Nadie puede desconocer la fuerza interna del pueblo, ni sus valores. Todo el que lo desconozca fracasará”, Minerva Mirabal.
Como casi todas las semanas desde que se desató la crisis, surgen temas para el debate imposibles de ignorar, o de posponer.
¿Quién pudo evitar dar una miradita a los interrogatorios? No me diga que no le dieron ganas de volver a la universidad cuando frente al televisor vimos emerger desde las profundidades de la filosofía la pregunta espontánea “¿Cree usted que existe el hombre no ético?”. Y tampoco me niegue que en los anales jurídicos quedará la respuesta de uno de los candidatos al honorable consejero inquisidor “Los de su partido también se quedaban con el dinero”.
Se me olvidó lo que ocurrió con el juez que negó la homologación, pero los consejeros que lo habían cuestionado “en privado” confirmaron lo que son sin necesidad de prodigarse mucho. Creí que luego de tantos sucesos estaría recuperada la credibilidad en la justicia, pero parece que el filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, tiene toda la razón cuando critica la idea de la transparencia como solución a tantos males y la responsabiliza de intentar construir espectadores y no ciudadanos.
La transmisión por televisión no es un aporte para nada que no sea aumentar la tristeza, nostalgiar por los buenos y cambiar de canal.
Una encuesta flash que publicó la revista “Too much” indicó que el 3 % vio las transmisiones televisivas y no es posible asociar este hecho con su asistencia a la “Marcha verde” aunque se declararon indignados.
El resto, el 97 %, declaró no haber visto las transmisiones por haber ocupado ese tiempo en informarse de asuntos interesantes como conseguir camisetas, gorras y de pintar letreros. También se declararon indignados.
Otro componente de la semana fue el aniversario de la partida del “padre de la democracia” a la morada del Padre. Pensando en los historiadores futuros, los historiadores presentes deberían poner atención a cómo se reseñan los hechos pues en una rápida revisión de la prensa sólo “El Nacional” del 14 de julio pasado recuerda lo que los reformistas quieren ocultar: su militancia en el Partido Dominicano desde los albores de la década del 30 y que “Durante la Era de Trujillo se desempeñó como Secretario de la Legación Dominicana en Madrid (1932-1935), Subsecretario de la Presidencia (1936), Subsecretario de Relaciones Exteriores (1937), Embajador Extraordinario en Colombia y Ecuador (1940-43 y 1943-47 ), Embajador en México (1947-1949), Secretario de Educación (1949-1955), y Secretario de Estado de Relaciones Exteriores (1955-57)”. Luego fue vicepresidente entre el 1957 y 1960 y ocupaba en 1960, el cargo de Presidente de la República cuando fueron asesinadas las Mirabal. Si esto no es impunidad póngale usted el nombre que quiera, pero póngale nombre. Para interesados en conocer la obra olvidada de Balaguer sirve bien leer el libro de Rafael Chaljub “Cuesta arriba”.
Por mi parte puedo asegurar que no existe ningún país en que a alguien con ese prontuario de servicio y participación en una dictadura sangrienta se le recuerde sino para condenarlo. De igual manera, sus cómplices políticos de antaño a medida que las democracias han ido fortaleciéndose empiezan cuidadosamente a “sacarles los pies”. ¿Por qué aquí no ocurre eso? La respuesta es sencilla y de una actualidad meridiana: porque aquí la reina no es todavía la democracia sino la impunidad.
Pero como no hay semana sin domingo, el 16 de julio los vi pasar y eran muchos, muchas. Desde el punto de vista de un movimiento social los “verdes” siguen el librito sin que los “no verdes” puedan salirse con la suya y hacer que lo alteren.
Por otro lado, como era previsible, los políticos de los viejos partidos comienzan a aparecer y a intentar incorporar sus “reivindicaciones”.
El movimiento verde está blindado y ha demostrado una capacidad que sus adversarios solapados no quieren reconocer: por ahí no tienen cabida los mensajes xenófobos, nada con los paleros de Balá, oídos tapados a los cantos de sirena sugiriendo diálogo para un nuevo “gacetazo”.
No hay cómo encontrar a un sucesor del “mediador por excelencia”, mucho menos si el candidato estuvo en la comisión de Punta Catalina. El diálogo que esos representantes de la vieja política y de la institucionalidad balaguerista quieren proponer ahora que han visto llenarse las calles está complicado y les va a resultar difícil descubrir a alguien que quiera repetir el papelón de Peña Gómez.
Para quienes nos gusta la política comparada esto se está transformando en un festín. En cualquier país con instituciones democráticas funcionando después de ese rotundo mensaje dominical la noticia del lunes en la mañana hubiese sido la renuncia del procurador.
En cambio amanecimos con mensajes tipo Joao pero en versión “pobre” preguntándose:
“¿Cuántos de los que marcharon estarán de acuerdo con el manifiesto?”
O la de un entrevistador extraviado condenando como una estupidez el manifiesto pues la lógica jurídica que cree poder utilizar no le permite ver que cuando los problemas éticos y políticos se tornan indóciles lo más cómodo es intentar tornarlos legales.
Gracias a Dios en la Marcha Verde no mandan los abogados y menos todavía los jueces, por lo tanto la petición debe ser evaluada desde el punto de vista ético, desde el punto de vista político y sobre todo desde el punto de vista de los factores que incidan positivamente en la movilización social.
La historia otra vez le dice al entrevistador que no tiene nada mal aquello de los franceses que jubilaron a De Gaulle, con la más sabia de las sentencias: “Seamos realistas, pidamos lo imposible”.
Insisto en que los verdes siguen usando el librito correcto y los que los quieren acabar no encuentran todavía el suyo.
Los verdes entendieron perfectamente que la lucha son “las formas de acción conflictivas organizadas y conducidas por un actor colectivo contra un adversario por el control de un campo social. Un movimiento social es el tipo particular de lucha más importante.” (Touraine, 2006). Y saben, como lo sabe todo el mundo, que la conflictividad (que no es sinónimo de violencia) irá con toda seguridad aumentando. Eso es observable en la distancia cada vez mayor entre las demandas verdes y las respuestas moradas. Punto verde.
Se ha ido evidenciando una capacidad organizativa relevante, con evidente apoyo de los partidos políticos y que no se vio afectada por la retirada de recursos de doña Circe y don de Moya.
Esto también ha reforzado la identificación del conflicto y la identificación del adversario lo que ha quedado en evidencia con el manifiesto. Punto verde.
Ya es indesmentible que el motivo del conflicto es transversal y que afecta a toda la sociedad. Tampoco quedan dudas de que ya la sociedad tiene identificados a los responsables. Punto verde.
Faltan puntos por anotar, claro, pero esto lleva muy buen ritmo. La “guerra de trincheras” gramsciana no ha concluido todavía, la lucha por la hegemonía -mediante consentimiento y/o consenso- está en un momento culminante y a pesar de que el verde provoca ceguera y sordera en los adversarios deben trabajar para que la salida a esta crisis sea una salida bastante verde. Queda claro también que una salida verde, ética y política, no admite partidos políticos con dirigentes y militantes procesados y/o por procesar, por más que marchen.
Seguro que otros puntos verdes se anotarán en el próximo manifiesto, pues saben que hay un gancho en el que no se debe caer: la gobernabilidad es responsabilidad del gobierno, no del movimiento verde. Si el gobierno no es capaz de procesar el significado de lo que está ocurriendo en el país, debería recurrir a expertos a quienes les importe la democracia y el futuro dominicano.
Un rápido balance de sus “estrategias” demuestra de manera irrebatible que quienes las diseñan no saben: no le han pegado a una.
Esas anchas avenidas del domingo no sólo fueron un fenómeno social, moral y político, fueron también un milagro estético de lo tan bellas que se veían.